viaje

He estado en unos lugares increíbles, el paisaje montañoso es una poesía, el camino es un subir y bajar montañas, en un momento estás arriba con una vista a los arrozales, al río, a esas casas de madera en medio de la montaña rodeadas de plátanos gigantes, las minorías étnicas trabajando, caminando, cortando arroz, motos que suben y bajan, mis ojos están llenos de vida y cansancio. Mis brazos negros de tanto tomar fotos, por suerte mi pelo (un gran paraguas) me protege la cara, veo a esas mujeres cargando leña, los niños cargando vegetales, es un ir venir constante, los rostros curtidos por el sol y el aire, escuelas en todos lo pueblitos, los niños recorriendo distancias enormes para llegar, que distinto a nuestro ritmo de vida. En algunos momentos, al mediodía se detienen y los ves sentados frente a estos parajes riendo, comiendo, conversando, con esos trajes llenos de colores mezclados con los colores de sus cargas. Estoy muy conmovida, estoy tocada en el alma por esta gente tan especial, sus rostros se convierten en una belleza aún siendo tan diferentes a lo que consideramos belleza. En la ruta vas pasando por lugares habitados por distintas minorías y los colores de sus trajes van cambiando, unos llenos de colores fuertes y con brillos donde priman los fuxias, los verde limón, naranjas, luego se llenan de un azul tan brillante, cerca de la frontera con China, luego a los índigos con una pequeña muestra de color en sus pañuelos, verdes en las chaquetas, luego adentrarse en la baja montaña donde las casas pegadas unas a otras, de madera, obscuras con las faldas y la ropa colgando de palos de madera en donde los niños corren desnudos por las calles, todos haciendo algo, recolectando el maíz, lavando ropa con los pies, cortando madera, quemando maleza, no para la verdad que no para... Las distancias se convierten en horas tras horas de recorrido, mi espalda se queja, mi cuerpo está agotado pero lo que he visto lo merece de sobra.